De la biografía de Arquímedes, gran matemático e ingeniero, a quien Plutarco atribuyó una «inteligencia sobrehumana», sólo se conocen una serie de anécdotas. La más divulgada la relata Vitruvio y se refiere al método que utilizó para comprobar si existió fraude en la confección de una corona de oro encargada por Hierón II, tirano de Siracusa y protector de Arquímedes, quizás incluso pariente suyo. Hallándose en un establecimiento de baños, advirtió que el agua desbordaba de la bañera a medida que se iba introduciendo en ella; esta observación le inspiró la idea que le permitió resolver la cuestión que le planteó el tirano.
Según otra anécdota famosa, recogida por Plutarco, entre otros,
Arquímedes aseguró al tirano que, si le daban un punto de apoyo,
conseguiría mover la Tierra; se cree que, exhortado por el rey a que
pusiera en práctica su aseveración, logró sin esfuerzo aparente,
mediante un complicado sistema de poleas, poner en movimiento un navío
de tres mástiles con su carga.
Son célebres los ingenios bélicos cuya paternidad le
atribuye la tradición y que, según se dice, permitieron a Siracusa
resistir tres años el asedio romano, antes de caer en manos de las
tropas de Marcelo; también se cuenta que, contraviniendo órdenes
expresas del general romano, un soldado mató a Arquímedes por resistirse
éste a abandonar la resolución de un problema matemático en el que
estaba inmerso, escena perpetuada en un mosaico hallado en Herculano.
Esta pasión de Arquímedes por la erudición, que le causó
la muerte, fue también la que, en vida, se dice que hizo que hasta se
olvidara de comer y que soliera entretenerse trazando dibujos
geométricos en las cenizas del hogar o incluso, al ungirse, en los
aceites que cubrían su piel. Esta imagen contrasta con la del inventor
de máquinas de guerra del que hablan Polibio y Tito Livio; pero, como
señala Plutarco, su interés por esa maquinaria estribó únicamente en el
hecho de que planteó su diseño como mero entretenimiento intelectual.
El esfuerzo de Arquímedes por convertir la estática en un cuerpo
doctrinal riguroso es comparable al realizado por Euclides con el mismo
propósito respecto a la geometría; esfuerzo que se refleja de modo
especial en dos de sus libros: en los Equilibrios planos
fundamentó la ley de la palanca, deduciéndola a partir de un número
reducido de postulados, y determinó el centro de gravedad de
paralelogramos, triángulos, trapecios, y el de un segmento de parábola.
En la obra Sobre la esfera y el cilindro utilizó el método
denominado de exhaustión, precedente del cálculo integral, para
determinar la superficie de una esfera y para establecer la relación
entre una esfera y el cilindro circunscrito en ella. Este último
resultado pasó por ser su teorema favorito, que por expreso deseo suyo
se grabó sobre su tumba, hecho gracias al cual Cicerón pudo recuperar la
figura de Arquímedes cuando ésta había sido ya olvidada.
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